PABLO
FUNDADOR DE 108 YOGA
Desde mis 15 años tuve dolor crónico en mi espalda alta. El dolor era tan intenso que casi siempre necesitaba echarme en el piso para poder calmarlo. Cientos de doctores y terapistas veían mi caso como una “falla de fábrica” con la que tenía que vivir.
Mi necesidad de mantener a mi cuerpo lo más libre posible de pastillas, me llevaron a tomar la decisión de entrar al mundo del Pilates y el Yoga a muy corta edad. El poder elongar, alargar, crecer y fortalecer, me ayudaban a sentir alivio y a poder habitar con mayor comodidad a mi cuerpo. A muy corta edad empecé a trabajar en el mundo corporativo en donde se esperaba de mí largas horas de estar sentado frente a un computador lo que generaba noches de poco sueño y hábitos no saludables de alimentación. Un día, en el año 2015, practicando una de las posturas más acrobáticas del Yoga tradicional, mi cuerpo se lesionó en la espalda baja. El dolor punzante de un nervio me limitó mi capacidad de caminar y de hacer casi cualquier tipo de movimiento en mi día a día.
Los doctores me prohibieron volver a practicar Yoga y entonces mi vida corporativa ya no hacía más sentido para mí. ¿De qué me servía mi puesto si mi cuerpo estaba tan agotado, adolorido, lesionado? Decidí renunciar a todo aquel mundo corporativo que me llenaba de “seguridad” pero que a mi cuerpo no le gustaba más y viajé a buscar mis propias respuestas en el continente dónde el Yoga nació: Asia.
Después de meses de viajes y entrenamientos de Hatha Yoga tradicional en Bali, me di cuenta que el Yoga definitivamente me podía ayudar, pero necesitaba encontrar estilos más terapéuticos y aptos para todo el mundo. Después de Asia, estudié el método Iyengar en búsqueda de prácticas más inclusivas y aptas para todos. Fue una experiencia increíble y es un método al cual le tengo mucho respeto, pero su enfoque en las posturas “perfectas” me parecían una pequeña trampa para volver a caer en ese patrón de perfeccionismo y que eventualmente lastimarían más a mi perfectamente imperfecto cuerpo. Hasta que, en el 2016, encontré el método Kaiut. Desde la primera clase pude sentir que a mi cuerpo le hacía sentido. Mi mente quería salir corriendo porque ¿cómo puede ser posible tener resultados sin esfuerzo?, pero mi cuerpo me pedía más y él siempre tiene la última palabra en mi vida. El método no me pedía perfección, sino aceptación y presencia, trabajar desde quien era yo en ese momento. Por fin y, por primera vez en mi vida, no me pedían ser algo diferente a quien soy. Fue entonces cuando decidí emprender mi camino e irme a estudiar con el creador del método pues sabía que quería hacer esto el resto de mi vida. Tras 7 años de práctica constante (con algunas pausas necesarias como todos las necesitamos), el día de hoy mi cuerpo se siente mucho mejor que cuando tenía 28 o 15 años y hoy tengo 35. Una pequeña parte de mis dolores siguen ahí, para poder seguir aprendiendo de ellos. Pero ahora me siento cómodo en mi propio cuerpo, seguro de su compañía, ágil, no le tengo miedo a ninguna postura y no he tenido que tomar pastillas desde que empecé a practicarlo. El método se ha convertido en parte de mis rutinas de vida y lo que más me emociona es que, podré practicarlo y enseñarlo el resto de mi vida. Me emocionan los casos complejos, personas que sienten que el Yoga no es para ellos y gente con limitaciones de movilidad, son mi fuente de inspiración.