COMO EL MÉTODO KAIUT CAMBIÓ MI VIDA
Por: Pablo Jaramillo (22 Noviembre, 2022)
Uno de los aspectos que más me gustan del método Kaiut son las historias de miles de practicantes alrededor del mundo y cómo este método cambió su vida. Estas nos ayudan a conectarnos y entender mejor a la práctica pues al escuchar testimonios reales podemos inspirarnos, ponernos metas y recomendar el método a todas las personas a quienes consideremos que les puede ayudar. Uno de mis segmentos que quiero trabajar para mis Newsletters, será el de compartir Testimonios de practicantes de método Kaiut alrededor del mundo, ¡espero que les guste!
Empezaré por mi propia historia, que sé que muchos de ustedes la han escuchado. Es un poco extensa y mis conocimientos de marketinero me dicen que debería acortarla para que todos tengan el tiempo de leerlo pero una voz adentro de mí confía en que todavía existen personas ahí afuera, que se darán el tiempo de leerlo y conectar conmigo. Desde mis 15 años tuve dolor crónico en mi espalda alta. El dolor era tan intenso que casi siempre necesitaba echarme en el piso para poder calmarlo. Cientos de doctores y terapistas veían mi caso como una “falla de fábrica” con la que tenía que vivir. Se me recomendaba “apagar el dolor” con pastillas antiinflamatorias y relajantes musculares (siempre nos enseñaron que el dolor es malo y hay que apagarlo, en lugar de mirarlo y entenderlo como una capacidad del cuerpo para decirte que necesita de tu atención). En cada sesión, escuchaba a las terapistas hablar de cómo era posible que los músculos de una persona tan joven podían estar tan tensos pues, se necesitaban de por lo menos dos personas al mismo tiempo para suavizar mis nudos que los había creado para sobrevivir. En ese entonces era muy pequeño para entenderlo, pero gran parte de mis dolores venían de una tensión creada por años de haberme sentido incómodo con quien era yo. La necesidad de esconderme por ser diferente, porque lo diferente muchas veces genera incomodidad a los otros, me llevó a un estado de estar siempre alerta. Por esta razón, creé cientos de capas de tensión que me permitían protegerme de aquello que yo veía como un peligro, el poder Ser quien soy ante los ojos del mundo. Imagínense todo lo que mi cuerpo pudo crear para protegerme de aquello que yo consideraba una amenaza a mi existencia. Más allá de todo, me gusta ver a esto como una maravillosa consecuencia de la conexión innegable que existe entre el cuerpo y la mente. La misma que es ignorada por cientos de personas y, que en la medicina tradicional casi no se la toma en cuenta (cabe aclarar que agradezco la existencia y la función de la medicina tradicional en el mundo actual, pero en muchos casos se ignora la historia de cada Ser y la evidente conexión del dolor y las enfermedades con aquello que cada uno vive o ha vivido a lo largo de sus años). Mi necesidad de mantener a mi cuerpo lo más libre posible de pastillas, me llevaron a tomar la decisión de entrar al mundo del Pilates y el Yoga a muy corta edad. El poder elongar, alargar, crecer y fortalecer, me ayudaban a sentir alivio y a poder habitar con mayor comodidad a mi cuerpo. A muy corta edad empecé a trabajar en el mundo corporativo en donde se esperaba de mí largas horas de estar sentado frente a un computador lo que generaba noches de poco sueño y hábitos no saludables de alimentación. Siempre fui perfeccionista y competitivo, por lo cual, durante varios años mi vida se volcó a poder ser uno de los mejores talentos de la empresa en la que trabajaba. Con el éxito laboral venía mayor estrés y menos tiempo para mi mismo. A pesar de todo, siempre persistí con mis prácticas de Yoga y Pilates, sin ellas, todo mi cuerpo volvía a hacerse rígido y doloroso. Llegaba a cada clase con una necesidad imperante de descargar todo mi estrés laboral hasta que, un día en el año 2015, practicando una de las posturas más acrobáticas del Yoga tradicional, mi cuerpo se lesionó en la espalda baja. El dolor punzante de un nervio (un sentir quizás parecido al de un cuchillo clavado en mi espalda) me limitó mi capacidad de caminar y de hacer casi cualquier tipo de movimiento en mi día a día. Los doctores me prohibieron volver a practicar Yoga y entonces mi vida corporativa ya no hacía más sentido para mí. ¿De qué me servía mi puesto si mi cuerpo estaba tan agotado, adolorido, lesionado? La medicina tradicional me recetó el famoso “No movimiento” para poder recuperarme. El estar en completo sedentarismo mientras seguía trabajando frente a un computador, me llevaron a sentir nuevamente puntos de tensión y rigidez parecida e incluso mayor a la que pude sentir a mis 15 años, pero ahora tenía 28. Los profesores de Yoga tenían miedo de trabajar con mi lesión, me daban indicaciones contrarias, muchas de las posturas que yo sentía que necesitaban eran “contraindicadas” y otras que yo sentía que me lastimaban, supuestamente eran “indicadas” para una lesión como la mía pero yo no las quería hacer. En cada clase me recordaban sobre mis desbalances, mi asimetría, mi “imperfección”, lo cual no se sentía nada bien. Por esta y otras razones más, decidí renunciar a todo aquel mundo corporativo que me llenaba de “seguridad” pero que a mi cuerpo no le gustaba más y viajé a buscar mis propias respuestas en el continente dónde el Yoga nació: Asia.
Después de meses de viajes y entrenamientos de Hatha Yoga tradicional en Bali, me di cuenta que el Yoga definitivamente me podía ayudar, pero necesitaba encontrar estilos más terapéuticos y aptos para todo el mundo. Me encantaba la parte mística del Yoga, pero para quienes me conocen, saben que la ciencia es muy importante para mí en cuanto a poder demostrar resultados. No me era suficiente basarme en los chakras del cuerpo para encontrar razones a mis dolores. Después de Asia, estudié el método Iyengar en búsqueda de prácticas más inclusivas y aptas para todos. Fue una experiencia increíble y es un método al cual le tengo mucho respeto, pero su enfoque en las posturas “perfectas” me parecían una pequeña trampa para volver a caer en ese patrón de perfeccionismo y que eventualmente lastimarían más a mi perfectamente imperfecto cuerpo. Hasta que, en el 2016, encontré el método Kaiut. Desde la primera clase pude sentir que a mi cuerpo le hacía sentido. Mi mente quería salir corriendo porque ¿cómo puede ser posible tener resultados sin esfuerzo?, pero mi cuerpo me pedía más y él siempre tiene la última palabra en mi vida. El método no me pedía perfección, sino aceptación y presencia, trabajar desde quien era yo en ese momento. Por fin y, por primera vez en mi vida, no me pedían ser algo diferente a quien soy. Fue entonces cuando decidí emprender mi camino e irme a estudiar con el creador del método pues sabía que quería hacer esto el resto de mi vida. Francisco es el único profesor que me enseñó a dejar de tenerle miedo a mi propio cuerpo y a entender que el Yoga es un proceso que puede durar toda la vida, “no hay apuro”, me decía siempre. Ver sus clases con alumnos y alumnas de todas las edades, condiciones, limitaciones me inspiraron a regresar una y otra vez hasta poder entender con mi cuerpo y mente, lo que este método quiere transmitir a las personas. Desde ahí, mi vida cambió. Mis patrones de perfeccionismo todavía me persiguen y he caído mil veces más en ellos. Sin embargo, el método y los resultados que he tenido con él, me recuerdan que “lo perfecto es enemigo de lo bueno” y que aceptar la realidad de mi cuerpo ha sido el paso más importante para poder sanarlo sin exigirlo o lastimarlo más. Tras 7 años de práctica constante (con algunas pausas necesarias como todos las necesitamos), el día de hoy mi cuerpo se siente mucho mejor que cuando tenía 28 o 15 años y hoy tengo 35. Una pequeña parte de mis dolores siguen ahí, para poder seguir aprendiendo de ellos. Pero ahora me siento cómodo en mi propio cuerpo, seguro de su compañía, ágil, no le tengo miedo a ninguna postura y no he tenido que tomar pastillas desde que empecé a practicarlo. El método se ha convertido en parte de mis rutinas de vida y lo que más me emociona es que, podré practicarlo y enseñarlo el resto de mi vida, con las debidas pausas que veces se necesitan para extrañarlo y entender el tremendo bien que nos hace.
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